miércoles, 7 de mayo de 2008

Crónica: BAFICI


"Días cinéfilos, si los hay"

Proyectos independientes, compromisos de autogestión y filmes innovadores. El festival de Cine Independiente de Buenos Aires, mejor conocido como BAFICI, se ha consagrado como uno de los festivales cinematográficos más importantes del mundo.
Este año se ha llevado a cabo su décima edición y ha ocupado un lugar especial en la agenda cultural de la ciudad. Con una amplia variedad de proyectos internacionales así como también estrenos nacionales para tener en cuenta, el BAFICI fue un buen punto de encuentro para cinéfilos.
Como en ediciones anteriores y por la cantidad de proyectos, el festival estuvo distribuido en varias sedes ubicadas en diferentes barrios de Buenos Aires.
Al explorar la página web del festival para seleccionar la película, observé que una de las sedes del festival era el Teatro “25 de Mayo” en el barrio de Villa Urquiza.




“Petit Colón”, así era conocido el teatro en su época de esplendor dónde pisaron su escenario figuras importantes de la esfera cultural como Carlos Gardel. En aquel momento no solamente representaba un símbolo cultural y social para el barrio sino también por su arquitectura. Pero llegó una época en que los cines y teatros de barrio entraron en decadencia, además el edificio comenzó a deteriorarse, por lo que en el año 1982 el teatro tuvo que cerrar sus puertas.
Como vecino del barrio, sabía que el teatro estaba cerrado hace un buen par de años, pero gracias a la organización “Vecinos por el 25 de Mayo” se logró gestionar la recuperación del edificio como complejo cultural.
El primer acontecimiento que tuvo el teatro luego de su reapertura fue ésta décima edición del BAFICI, algo que realmente valía la pena.
Dentro de tantas, una propuesta interesante es el documental búlgaro “The Mosquito’s problem and other stories”.
Dirigido por Andrey Paounov, éste largometraje viene desde el Este del viejo continente con una realidad muy particular.
El documental transcurre en Belene, un pueblo al norte de Bulgaria que costea el Río Danubio y es hogar de 9.000 habitantes.
“Un pueblo en espera”, así lo caracteriza un vecino, algo que comprendí muy bien ya que la primer sensación que tuve al ver las imágenes de Belene fue la típica postal de una ciudad de Europa Oriental con rezagos de la ex Unión Soviética dónde se respira un aire de suspensión en el tiempo.
El pueblo ha sufrido una inundación a causa de las crecidas del río y como consecuencia ha traído una insaciable plaga de mosquitos.
Paounov, muy perspicaz, entrelaza las más inocurrentes pero fantásticas formas de combatir a los mosquitos junto con la vida cotidiana de algunos sujetos coloridos protagonistas de historias tragicómicas.
“El problema de los mosquitos es estar atrapado aquí con ellos”, cuenta Fernando, un amigo cubano que migró a Belene para trabajar en la planta nuclear cuya construcción se encuentra frenada desde 1990. Sin embargo Fernando nos canta un Cielito Lindo con su guitarra parado frente a la planta. Uno de los mejores planos de la película, sin duda.



Los testimonios siguen desfilando por la pantalla y me encuentro con imágenes de Julia, una maestra que cumplía tareas en un campo de concentración soviético allí en el pueblo. Una mujer rubia sentada en el living de su casa junto al ventilador, que según ella espanta mosquitos, cuenta un poco de la vida de su madre, la admira y siente orgullo de ser hija de Julia, quien tuvo que adaptarse a las circunstancias de un régimen.
El agua no baja y el equipo de buzos de la base local de la OTAN tiene trabajo. Un buzo se ríe para nosotros, porque claro, ¡ningún científico todavía determinó una especie de mosquitos que pique bajo el agua!
Es por eso que cada mosquito, cada historia hacen que el buen humor crítico de Andrey Paounov muestre las historias mas desesperantes y simpáticas que se pueden encontrar en un pueblito al este de Europa.
Los títulos se vuelven dueños de la pantalla. Todo final de una función entretenida implica un viaje de vuelta… y la vuelta de Belene fue rápida.
Las luces iluminan la sala y me encuentro en un lugar que si fue atravesado por el tiempo: asientos cómodos, paredes bien blancas, ascensores, y gráficos que en todo momento y lugar han de notar los ojos puestos en el Festival de cine independiente de Buenos Aires.
Exitosa edición.

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